Si observarlo desde abajo y desde arriba cambia cómo se ve este objeto, me pregunto qué implicaría mirar sobre él, navegarlo a través de los ríos; qué implicaría tomar ese punto de vista. Leo el diario de José María Samper en una de las caras del primer libro que editamos con Enredadera, Río abajo, en que él narra sobre su viaje entre Honda y Cartagena a través del Magdalena por vapor durante la segunda mitad del siglo XIX. «¡Qué impresión tan profunda experimenta el corazón del patriota, soñador del progreso, cuando por primera vez se confía, como viajero, a esa segunda providencia, a ese espíritu invisible de la humanidad, transfundido en el poder de la mecánica, que se llama el vapor!», dice él. Su mirada está imbuida por la creencia en el progreso, por el poder que se obtiene a través de la ciencia. Él continúa: «¡La onda se humilla, corriendo fugitiva, ante ese conquistador que la surca sin temerla y la azota con las ruedas de su carro triunfal; el monstruo de las aguas busca sus grutas escondidas en el abismo, comprendiendo que el imperio del elemento líquido le pertenece a un ser infinitamente superior». En él también existe un deseo de conquista sobre la naturaleza, un intento de superarla. Es un hijo de su época, uno más en la larga fila del positivismo que en la ciencia encontraba un camino hacia la divinidad.