Uno de los temas que nos llamó la atención mientras hacíamos la selección de poemas para Me queda la palabra, de Alfonsina Storni, fue la relación de la autora con la ciudad de Buenos Aires a principios del siglo XX. Encontramos que la pregunta por el centro urbano y sus protagonistas era recurrente. Storni indaga en sus poemas el efecto que tiene el crecimiento de la ciudad en sus habitantes y los ritmos que termina por imponer la modernidad en el día a día. Como revisión a este grupo de poemas traemos a colación Medianeras (2011), una película de Gustavo Taretto que tiene por protagonistas a Martín y Mariana, residentes de la ciudad de Buenos Aires del siglo XXI. Esta película retrata la abrumadora experiencia urbana a un siglo de distancia del registro que hizo Storni de la ciudad porteña.
Martín es un diseñador de sitios web hipocondríaco que tiene fobia a las multitudes y vive aislado del resto en su apartamento de 40m² en el centro de Buenos Aires. Mariana es una arquitecta que se dedica a decorar escaparates de tiendas, pues no ha conseguido pasar sus proyectos de maquetas, y acaba de terminar una relación de cuatro años que la lleva a volver a su antiguo apartamento, situado en la misma calle del de Martín. A lo largo de la película vemos cómo sus dos protagonistas coinciden en la calle, el centro de natación o la tienda sin detenerse en la presencia del otro. El anonimato que se desprende de vivir en una urbe tan grande reduce al azar el encuentro de estos dos personajes tan parecidos, que comparten la experiencia de la soledad y responden con prevención y fatiga al contacto con los otros.
En los poemas de Storni recorremos las calles rectas de una Buenos Aires gris, por las que se prolongan edificios que como un caparazón encierra la humanidad de sus habitantes, quienes terminan mimetizados entre los ángulos, las cuadras y los cruces que ordenan la ciudad. Lo que tienen en común Storni y los personajes principales de la película es que todos construyen: Storni, mediante sus versos que configuran la voz poética y la ciudad que esta recorre; Martín, que crea espacios alojados en la red, y Mariana, con las escenas que recrean sus maniquíes en las vitrinas.
La construcción en los tres casos empieza al preguntarse por el espacio que se habita. La descripción que cada uno hace de su espacio traza unos límites que dividen al mundo en un exterior, entendido como la ciudad que se desborda, y un interior, el espacio mínimo que los resguarda. En los poemas de Storni encontramos una voz poética errante, que en su deambular vertiginoso halla repetición y monotonía, derivadas de la exhaustiva planeación de la ciudad moderna. Las filas paralelas de altos edificios la encierran al punto de enterrarla, el ritmo de la vida urbana suprime la contemplación del cielo y ante este panorama se pregunta: «Detrás de las paredes las personas /¿mueren o sueñan?».
En Medianeras asistimos al desmesurado crecimiento de Buenos Aires, lo que recrudece los síntomas descritos en los poemas de Storni. Sin embargo, aquí la planeación ha quedado en el papel y los edificios se erigen uno tras otro sin obedecer a un criterio claro. Martín encuentra culpable a la caótica arquitectura porteña de la salud mental y los problemas físicos de sus habitantes. El apartamento en el que vive se conoce como «caja de zapatos», por su estrecho tamaño y falta de ventanas. En este reducido espacio Martín ha conseguido encapsular de tal modo su vida que sus salidas se reducen al mínimo. La computadora le permite a Martín reemplazar, de cierta manera, el pequeño espacio de su apartamento por el inagotable espacio virtual.
Por su parte, Mariana regresa a su apartamento de soltera en un intento por reorientar su vida y encontrar su lugar. La arquitecta parece revivir los recorridos citadinos de los poemas de Storni y, a diferencia de Martín, encuentra pequeños tesoros arquitectónicos en la amalgama de edificios de la ciudad. Uno de estos es el edificio Kavanagh, donde trabajó como guía turística en el pasado. La historia detrás de la construcción de este rascacielos es lo que lo hace especial a los ojos de Mariana, pues se trató de una construcción auspiciada por Corina Kavanagh como venganza a la familia Anchorena por prohibir la relación que mantenía con uno de sus integrantes. El edificio tapó la basílica del Santísimo Sacramento impidiendo que los Anchorena tuvieran visión de su iglesia desde su mansión. La motivación de Kavanagh se aleja de cualquier plan de ordenamiento, lo que la motiva es el dolor resultante de su desengaño, y ese gesto logra darle un giro a la desesperada angustia por partir en cubos la ciudad. A estos dos versos de Storni «En la ciudad, erizada de dos millones de hombres, / no tengo un ser amado…» parece responder la película de Taretto, que conjura a dos confinados a salir del caparazón y por fin encontrarse.
En el poema «Siglo XX» la voz poética convoca:
¡Eh, obreros! ¡Traed las picas!
Paredes y techos caigan,
me mueva el aire la sangre,
me queme el sol las espaldas…
Al igual que Martín y Mariana que, junto con dos obreros, dejan entrar la luz a sus apartamentos al picar las medianeras.
Redacción: Malory Camargo, de Enredadera.
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