Mirar desde el vapor el río
por debajo

UN COMENTARIO A PROPÓSITO DE FITZCARRALDO, DE WERNER HERZOG, Y NUESTRO LIBRO RÍO ARRIBA RÍO ABAJO.

En el poster del lanzamiento de Fitzcarraldo, Klaus Kinski se encuentra de espalda con el traje completamente blanco que caracteriza a su personaje, observando el vapor que intenta subir a través de la montaña. Es una imagen abrumadora, una muestra de la hazaña técnica que este futuro explotador de caucho quiere lograr. Fitzcarraldo mira oblicuamente al vapor que por la perspectiva parece de su mismo tamaño; ambos se ven gigantes. Es un símbolo de la ambición humana.

Esta perspectiva contrasta con otro fotograma, no de la película de Herzog, sino de Burden of Dreams, el documental sobre la realización de Fitzcarraldo. Es una toma desde el cielo que deja ver todo el territorio que usaron para subir el barco, una T barrosa en medio de un bosque verde, como una cicatriz en una cabeza peluda. En la esquina superior izquierda, noto el río y, entre este y la tierra, se encuentra una pequeña línea blanca: el vapor, tan pequeño en comparación con la naturaleza que lo rodea. Un símbolo de lo minúsculo de la ambición humana.

Si observarlo desde abajo y desde arriba cambia cómo se ve este objeto, me pregunto qué implicaría mirar sobre él, navegarlo a través de los ríos; qué implicaría tomar ese punto de vista. Leo el diario de José María Samper en una de las caras del primer libro que editamos con Enredadera, Río abajo, en que él narra sobre su viaje entre Honda y Cartagena a través del Magdalena por vapor durante la segunda mitad del siglo XIX. «¡Qué impresión tan profunda experimenta el corazón del patriota, soñador del progreso, cuando por primera vez se confía, como viajero, a esa segunda providencia, a ese espíritu invisible de la humanidad, transfundido en el poder de la mecánica, que se llama el vapor!», dice él. Su mirada está imbuida por la creencia en el progreso, por el poder que se obtiene a través de la ciencia. Él continúa: «¡La onda se humilla, corriendo fugitiva, ante ese conquistador que la surca sin temerla y la azota con las ruedas de su carro triunfal; el monstruo de las aguas busca sus grutas escondidas en el abismo, comprendiendo que el imperio del elemento líquido le pertenece a un ser infinitamente superior». En él también existe un deseo de conquista sobre la naturaleza, un intento de superarla. Es un hijo de su época, uno más en la larga fila del positivismo que en la ciencia encontraba un camino hacia la divinidad.

Más de cien años después, Fitzcarraldo es el revés grotesco y exagerado de lo que narra Samper. En su recorrido por vapor a través de uno de los brazos del Amazonas, su obsesión es llevar a cabo su sueño de traer la ópera a Iquitos. Allí habita en las márgenes, rodeado de niños indígenas que esperan a que él ponga música de Enrico Caruso en el gramófono y a que él les regale hielo artificial producido con químicos. Asimismo, es un emprendedor de hazañas imposibles: antes de embarcarse en la tarea de pasar un vapor por encima de una montaña para lograr sacar caucho de una zona inalcanzable, ya era conocido por fracasar en la construcción de un tren transandino.

La ciencia para él no es la expresión más alta de la humanidad, sino su mejor forma de engañar la naturaleza. El engaño no consiste solamente en afrontar sus leyes, sino en embaucar a los que la habitan a través del artificio. Samper,, quien considera a los bogas «un bruto que habla un malísimo lenguaje, impúdico, carnal, insolente, ladrón y cobarde», representa una versión moderada de este embauque insiste en la posibilidad de redención a través de «un trabajo civilizador, ejercido por la agricultura y el comercio invadiendo todas las selvas y las soledades del bajo Magdalena». En la creencia en el progreso a través de la educación, busca incluir a los pueblos nativos en su proyecto de nación. En su faceta más extractora, ese acto civilizador implica simplemente convertirlos en la fuerza de trabajo para proyectos comerciales. Fitzcarraldo representa así la figura del falso dios, del que engaña a los nativos ‘no domados’ después del Pongo des Mortes con el gramófono que pone encima del vapor para que no lo ataquen, con el hielo químico que les da para que sigan trabajando en su empresa quijotesca.

Samper concluye, después de ver un vapor abandonado, «ese cadáver de hierro y madera» al que compara «con los vapores actuales», que «se comprende y admira la perseverancia con que, a despecho de muchos contratiempos, el espíritu de progreso sigue su marcha, luchando con la naturaleza y acabando por vencerla siempre (…) El progreso triunfará». Fitzcarraldo, por su parte, muestra el fracaso de esta idea de triunfo, ya que finalmente los indígenas que hicieron posible la hazaña de subir el vapor a través de la montaña también lo sueltan a la boca del Pongo des Mortes. Este emprendedor no logra extraer el caucho que quería, por lo que el sueño de llevar la ópera lo cumple solo revendiendo
su vapor.

Al hablar sobre el rodaje de Fitzcarraldo en Burden of Dreams, Herzog enuncia sucintamente el resultado de adentrarse en la selva: «Es un país sin acabar, sigue siendo prehistórico, lo único que le falta son dinosaurios. Es como si una maldición flotara a través de todo el paisaje y quien sea que se adentre demasiado profundo pagará las consecuencias».

Redacción: Gabriel Bocanegra, de Enredadera.

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